Empezó su construcción al inicio del siglo XVII. En 1.701 solo se pusieron los cimientos del actual templo, ya que el anterior fue destruido por el terremoto de 1.660. La torre se acabó en 1.736, y en 1747 se hizo la dedicación de la iglesia.
El Museo se encuentra en el segundo claustro y decorado aparentemente por Manuel Samaniego. Hay también pinturas de Miguel de Santiago, Nicolás GorIbar, Bernardo Rodríguez y Manuel Samaniego, así como muchas joyas curiosas.
La Merced guarda cuidadosamente muchas obras de arte originales de pintores y escultores que sobresalieron, así tenemos:
- El Apóstol San Pablo, Nicolás Xavier Goribar.
- La Penitencia de San Pedro Nolasco, Miguel de Santiago.
- La Muerte de San Xavier, Fernando Rivera
- La Vida de San Pedro Nolasco, Francisco Albán.
- Los Fundadores de las Órdenes Religiosas, Bernardo Rodríguez.
- La Glorificación de María en el Cielo, Manuel de Samaniego.
- Nuestra Señora de la Merced y su devoto, Casimiro Cortez.
- La Peregrina de Quito, Rafael Salas.
- La Divina Pastora, Luis Cadena.
- Las Catorce Estaciones del Vía Crucis, Joaquín Pinto.
- La Virgen y el Niño, Juan Manosalvas.
- Los Siete Dolores, Víctor Mideros.
En el interior de la
Basílica de la Merced destaca la belleza de sus retablos, así como su claustro
majestuoso de dos columnas. A la hora de diseñar los planos de la Basílica de
la Merced de Quito, el arquitecto quiteño José Jaime Ortiz planteó, a grandes
líneas, una réplica de la iglesia de la Compañía. No obstante, un análisis
minucioso revela que no toda su construcción obedece al citado modelo.
Como en otras grandes
construcciones quiteñas, el atrio y otras formas introducidas en el edificio
general se hicieron para salvar los accidentes topográficos típicos de la zona.
Por ejemplo, la fachada está escondida debido a la estrechez de la calle que
pasa al frente.
Según han resaltado
diversos especialistas, en el decorado interior de la Merced aparece una
novedad arquitectónica que habría de llevar mayor realce a otras iglesias: la
columna salomónica.
Varios artistas y
artesanos de elevado nivel estilístico intervinieron en los trabajos interiores
del templo. Entre ellos figuran el escultor Uriaco, el famosísimo Bernardo de
Legarda, los plateros Javier de Albuja y Vicente Solís, y un tallador, el
maestro Gregorio.
En el retablo central,
brillante por la hojilla de oro que cubre su talla, resalta la Virgen de la
Merced de Quito, vestida de colores claros, ornada de joyas y con unos rasgos
de gran perfección que delatan la típica creatividad quiteña, influida por las
reminiscencias del modelo español.
Bernardo de Legarda.
Sorprende el aspecto exterior, por las altas paredes y la esbelta torre
pintados de blanco, así como el tambor que sostiene la media naranja.
Sobre las cúpulas y los cupulines resplandecen las baldosas vidriadas, de color
verde».
En el claustro de la Merced
en Quito hay bellísimos retablos que no solo adornan un espacio por lo general
austero, sino que le dan a éste un realce especial.
En su elaboración
intervinieron reconocidos artistas coloniales. Entre ellos figuran escultores
como fray Juan de Aguirre y el indígena Gabriel Guillachamín, y el dorador
Antonio Gualoto.
Si bien todos los patios
de los claustros quiteños tienen fuentes muy bonitas en su centro, la del patio
del claustro de la Merced tiene aspectos distintos e interesantes que requieren
particular atención.
De tres cuerpos, la pila
tiene forma de concha, lo cual hace resaltar el Neptuno que aparece más arriba
y a través del cual salen los chorrillos de agua. Una graciosa figura
geométrica remata el diseño de la fuente.
En la galería baja del
claustro había veinte lienzos de los que tan solo quedan seis. En la galería
superior hay 24 pinturas, atribuidas al hermano Hernando de la Cruz, que
ilustran la vida y milagros de San Francisco Javier.
Las historias de la
iglesia y el convento de la Merced relatan que los jesuitas, en el momento de
su expulsión, entregaron estas pinturas a los padres mercedarios como pago de
una deuda.
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